Venom: The Last Dance

Kelly Marcel

La tercera y última entrega del simbionte, por desgracia, sigue los malos pasos de sus predecesoras y desaprovecha la oportunidad de hacer de Venom algo más que un meme ambulante, cerrando la saga con una película final que no logra convencer.

Venom: The Last Dance está dirigida por la debutante Kelly Marcel, quien previamente había sido guionista de las dos primeras películas de la franquicia y de Cincuenta sombras de Grey. Sin embargo, su salto a la dirección no ha dado buenos resultados, lo cual no sorprende demasiado.

La película no ofrece nada nuevo; no intenta innovar, ni se desprende de los defectos de sus anteriores entregas. Parece aferrarse al tono y la fórmula de Marvel que tan poco favor le han hecho en los últimos años, sin intentar hacer el mínimo esfuerzo por mejorar.

Cuando parece tener algo mínimamente interesante entre manos, la película rápidamente desvía la mirada y evita desarrollar sus ideas, como si temiera arriesgarse a ser más audaz. Un claro ejemplo de esto es la trama que involucra a Tom Hardy, los hippies y la caravana. En esta escena, surge un pequeño intento de dar un toque de alma tanto a la película como a sus personajes, gracias a un diálogo que aporta un tono reflexivo e intimista que realmente le sienta bien. Sin embargo, la saga ha optado por ignorar esta línea en toda la trilogía. Además, es, sin duda, la escena más divertida de la película y probablemente de toda la franquicia.

Argumentalmente, la película no se sostiene por ningún lado, aunque tampoco solemos exigir mucho a este tipo de producciones. Sin embargo, en esta entrega en particular, el guion resulta desastroso, lastrando cualquier intento de dar una mínima estructura a la historia. Se establecen reglas claras y cruciales para el desarrollo de la trama, pero la película es la primera en romperlas sin pensarlo dos veces, llevándonos a un clímax que se siente barato, premeditado y muy artificial, donde el «golpe final» de la narrativa se diluye completamente.

Lo realmente importante, tanto en esta entrega como en las anteriores, son Tom Hardy y el simbionte. Sin embargo, la evolución de estos dos personajes deja mucho que desear: Hardy se mantiene plano en su interpretación de Eddie Brock, mostrando una neutralidad que sorprende después de todas las desgracias que atraviesa su personaje. Aporta solamente su presencia escénica y queda reducido a un personaje que sufre incesantes desventuras y lanza chistes. A su favor, se puede decir que Hardy mantiene el tono divertido de las entregas anteriores y que su relación con Venom es divertida, aunque carece de profundidad.

Los personajes secundarios están mal desarrollados y prácticamente no aportan nada relevante a la historia. La película hace un tímido intento de dotarlos de un mínimo e insustancial trasfondo, pero sin éxito. Los otros simbiontes, que podrían haber añadido frescura a la película, están completamente desaprovechados y no juegan ningún papel importante.

La franquicia da la impresión de haber nacido condenada desde el primer minuto, dejando tras de sí una fuerte sensación de decepción. Es como si, en cada escena, resonara un murmullo constante, un susurro que invita a preguntarse cómo habría sido Venom si se hubiera explorado de otra manera. Es probable que en el futuro haya un reinicio de la saga, con otro equipo creativo y un director que realmente sepa lo que hace.

«En un momento en que DC sienta un precedente histórico con Joker y el Batman de Robert Pattinson, no puedes, ni debes, lanzar esta película y conformarte con tan poco. No puedo dejar de imaginar cómo sería un Venom dirigido por Matt Reeves.»

-Álvaro Lages-

SINOPSIS

Eddie y Venom están prófugos. Perseguidos por sus dos mundos y con la red cada vez más cerca, el dúo se ve obligado a tomar una decisión devastadora que pondrá fin al último baile de Venom y Eddie.

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